Sonríe siempre. Se feliz. Destapa la felicidad. Ten Optimismo. Busca tu alegría. Gocemos esta dicha. Que viva la risoterapia! . Escuchamos o leemos mucho de esto cada día. Y de hecho está muy bien esto de reirnos y procurar un estado de bienestar que nos ayude un poco con nuestra vida. Pero la búsqueda, casi compulsiva de endorfinas que nos mantengan siempre felices puede ser un problema muy moderno y un poco complicado, especialmente si a estos coloridos mensajes que recibimos a diario se les suman otros como "No hay razón para estar triste", "Los hombres no lloran", "Tienes que estar bien, seca esas lagrimas", "No te hagas hígado". "¿Para qué te enojas?" y tantos otros que nuestros amigos, familia y colegas nos proporcionan, a veces desde la propia angustia de quien consuela y otras veces desde el amor o la costumbre. Cual sea su vía de ingreso llegan a nuestra forma de afrontar la vida y como llegan de muchas partes, podemos internalizarlo como una verdad incuestionable que dice mas o menos así: Lo importante es reir y ser feliz siempre.
Pero no hay que olvidar que el viaje por este mundo también incluye al estrés, pasamos por la tristeza, tenemos dolor ( psíquico y físico), están los usualmente paralizantes miedos, la frustración por lo injusto, y todos esos sentimientos pueden muy bien ser traducidos en lágrimas o enojo Y la gente sana sufre. El llanto esta bien. Y enojarse vale también . Las emociones, dicen los psicólogos son siempre adaptativas, osea que nos ayudan a sobrevivir. Y si la alegría nos hace sentir bien por si misma, la ira nos prepara para luchar, hasta el miedo nos advierte de un riesgo. Y en cuanto a la tristeza, quien la sufra estará más atenta a los detalles y encontrará todo un sistema para afrontar su problema. No esta huyendo, esta viviéndolo. Y cada golpe que se recibe hay que sentirlo para aprender de él . Cuando lo hacemos nos sentimos mucho mejor, pero si ahogamos el llanto o si reprimimos el enojo sólo logramos aumentar la presión y el desequilibrio y jamás podremos llegar a una idea clara, solo nos quedaremos masticándolo hasta enfermar. Como decía Casona "el llanto es tan saludable como el sudor, y más poético". Personalmente, creo que hemos exagerado mucho con el tema de la autoestima, en este escenario globalizado del mundo exitoso y tan lleno de fórmulas mágicas. Y pensamos más en como debemos ser, antes que oir sinceramente hacia dentro e indagar introspectivamente sobre el verdadero como nos sentimos. Hemos reprimido la esencia personal en busqueda de la aprobación exterior. De vernos felices, por que la felicidad se ha vuelto el destino y el traje. Vivimos en tiempos donde la felicidad se busca, no se halla. Por ello muchas veces, para no desentonar, nos inventamos versiones perfectas, muchas veces frías, otras edulcoradas, generalmente despersonalizadas y siempre llevadas a un extremo de lo real. Y por eso se exagera lo bueno, se niega lo malo que tenemos. Cuando este delirio se lleva a un nivel más elevado, se toma como agresión el éxito o felicidad ajena y ya hasta buscaremos siempre culpar al otro por la falla que estaba en nosotros mismos. Se pone más importante el parecer que el ser. La mirada hacia el interior se oscurece. Y nada genuino se crea, sólo se representa un papel. Un papel mojado por el narcisismo. Y ni siquiera es un plan eficiente, ya que sabemos en que medida las sonrisas forzadas, y la falsa felicidad afectan al estado de ánimo Intentar suprimir los pensamientos negativos puede provocar que sean más persistentes. Los pospondremos mucho tiempo. Y eso , para ponerlo en idioma "global", disminuye la productividad. Entonces conviene empezar con nuestro cuestionario veraz: ¿Qué hay de malo en ser un llorón? . ¿Porqué un ser humano al que algo le golpeó en el amor propio no puede enfadarse? ¿Porqué queremos vivir en un mundo esteril, sin problemas ni dolor? La lógica de sólo sonreir a toda costa nos saca de la realidad. Mi abuelo era un cascarrabias y vivia feliz. Renegaba desde el alba por las noticias de la tele, y por lo mal que el mundo andaba, reía lo justo, pero al regresar a casa tenía y reflejaba una gran paz. Y es que llorar o enojarse son emociones tan buenas como reir, siempre que nos lleven a la armonía que produce la adaptación. Vivir un mundo de puras endorfinas es como un motor al que se le pone exclusivamente combustible. Si no se le aceita, limpia o ejercita, andará a media máquina y tarde o temprano quedará averiado. La felicidad no necesita actuarse, y tanto los momentos dolorosos como fastidiosos tienen su finalidad. Hay que vivir cada emoción. Sin filtrarlas. Mostrarnos completos puede producirnos sosiego y verdadera unión con las distintas partes de nuestro ser. Finalmente nadie es tan feliz como dice ser en su perfil de Facebook, y nadie tan exitoso como se muestra en su hoja de vida. Y porque cuando las emociones nos responden nos volvemos respetuosos dueños de nuestra propia existencia.
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Si le pedimos a una persona que nos hable de sus emociones, las primeras que siempre aparecerán serán el amor, la alegria, la tristeza, la rabia, incluso el miedo ocupan un gran espacio en esta lista, son las más recurrentes. Incluso los niños las identifican de inmediato y es que son por si mismas capítulos de un repertorio que nos define. Sin embargo poco solemos reconocer dentro a la pasión, ese pequeño toro: un poco salvaje y un poco tierno que tantas veces nos ayuda para emprender, para mostrar y hacer. Pero que si está alimentado mal, quizás con veneno y pierde su horizonte puede causar mas daño que gusto.
La pasión es ese ingrediente que le ponemos a aquello en lo que creemos mucho, que nos hace persistir, luchar, seguir y disfrutar. Tiene que ver con energía pero no es nuclear, a veces la emparentamos con el sufrimiento pero tiene mucho más que ver siempre con la acción, el empoderamiento y la vitalidad. Es una fuerza interna que no es violenta pero que puede ser el elemento decisivo para ir por un camino, especialmente cuando es largo o difícil. Viviendo en un mundo donde el resultado se ha vuelto más importante que el proceso, donde el camino casi ni se mira ya que se vive con los ojos puestos en la meta, la pasión parece no tener espacio que haga posible su desarrollo. Cada vez más gente pasa mucho tiempo haciendo cosas sin pasión, solo por responsabilidad o compromiso , de modo autómata en lugar de hacer las cosas con el desde adentro, usando su pasión. El trabajo es muy duro para ellos y siempre aunque siempre dan la impresión de estar muy ocupados parecen no tener aquello que realmente quieren. Hacer cosas sólo por tener que hacerlo, es la forma más fácil de desconectarnos con nuestra pasión. De desconectarnos con la mejor versión de nosotros, de reconocer las señales y a actuar instantáneamente, siguiendo al corazón. La pasión nace, si, pero también y sobretodo se contagia. La hemos visto en ese profesor tan empeñado en que entendamos la historia de los egipcios o las propiedades la hipotenusa. La hemos visto en aquel amigo que ensaya tanto ese instrumento y que parece empeñado en no hacerle caso, y la vimos en ese capitán del equipo de futbol que logra que todos sean un puño cerrado en pro de la causa de su tribuna. La vimos cuando nos enamoramos tanto de ese sublime ser que nos produjo tantas mariposas en el vientre y todo el mundo giraba a su alrededor, noches sin dormir y días enteros sólo pensándole y deseando estar juntos. Y principalmente en los padres, que tuvieron a sus hijos, curiosamente como fruto de otra pasión, pero que es a través de ella que día a día pueden sobrellevar los lados complejos de la paternidad: las circunstancias, los gobiernos, las fatalidades y los aprendizajes difíciles. Inculcar la pasión a un hijo, es un logro más grande que enseñarle donde va el acento, que comprar el juguete de moda en Navidad o que darle el auto a los 17. Enseñarle a sentir pasión es darle continuidad a sus sueños, a defender sus creencias, a encontrar un sentido a la locura. porque ¿Qué sería del sueño de un hijo hecho realidad sin la pasión de un padre? Y ¿ qué sería del sueño de un padre sin que el hijo le ponga pasión a cada logro?. La pasión colectiva , la del barrio, la del equipo, la de la familia cuando son sostenidas por el amor y la confianza generan proyectos de vida muy saludables y duraderos. Sin embargo la pasión por si misma no funciona sola, la pasión no sabe pensar debe ir siempre junto a la acción, y mucho mejor si es una buena acción, fruto de una constante reflexión, por que si esa energía apasionada no se despliega puede crear muchas de las más duras decepciones, como el sonido de un motor que intenta arrancar sin lograrlo y se convierte en un quejido. Por ello a la pasión hay que moverla. Activarla. Desplazarla hacia algo. Otra mala combinación es cuando desafortunadamente la pasión que tanto moviliza deseos es contaminada con el miedo, ese gadget moderno que tanto nos vende el mundo 2.0, o con la inseguridad , legado de infancia que debemos procurar resolver tempranamente en la vida. Si ellos se alimentan de nuestra pasión podemos estar frente a un verdadero monstruo de nuestros tiempos: La obsesión. Aquella que saca nuestra versión mas irracional y secuestra nuestra conciencia. La obsesión siempre nos dirá "la felicidad esta allá , no aquí" " no es suficiente", "no estoy feliz". Y el camino con espinas empezará. Pese a ello, con sus estados extremos, la pasión es un gran motor para a vida, simple, natural y sabroso para llegar a donde queremos, y mientras podamos sentirla dentro es un signo de que nos mantenemos vivos y con un espíritu fuerte para generar, para crecer y cuidar. Hay que apasionarnos más con nuestras actividades, con lo que somos, con lo que sabemos. Y no solo apreciar al mundo como desde una pantalla. Hay que transmitir nuestra pasión, que se escuche, que se vea, que se huela... y dejar que los demás la abracen. Porque todas las cosas, desde la sencilla hasta la más compleja debe tener en su ADN: nuestra pasión. Y porque como dice la frase popular: Si el amor es el poder iniciador de la vida, la pasión posibilita su permanencia. |
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